Ocurrió hace 19 años. Es una historia desconocida para el gran público, silenciada, como tantas otras, de la que los periódicos de aquella época no publicaron una sola línea. Y lo cierto es que Román Alonso Urdiales es el único español condenado por llamar traidor a Franco en su propia cara.
Entonces Román tenía 22 años, una carrera de Magisterio recién terminada, ocho meses de «mili» y unas profundas convicciones falangistas. Había ingresado en las Falanges Juveniles en el año 1950, convirtiéndose en un joven idealista que no soportaba que el dictador no llevara a cabo lo que los jerarcas fascistas denominaban la «revolución pendiente». Los que le conocían en aquellos años dicen de él que era «un falangista puro». y desde esa actitud política increpó públicamente a Franco, a escasos metros de su persona y con «una voz perfectamente audible y potente» -según la sentencia que le condenó-, durante los funerales que por el fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, se celebraban en medio de un impresionante ritual fascista, en la basílica del Valle
de los Caídos.
Machacado literalmente por quienes regían los destinos de una organización fascista en cuyo ideario él creia honestamente, Román vive hoy dedicado exclusivamente al ejercicio de su profesión de maestro, intentando rehacer una vida que quedó truncada el 22 de noviembre de 1960, por unos hechos ignorados por la prensa de aquellos años, sometida a la implacable mordaza impuesta por el Ministerio de Información.
Era la segunda vez que el aniversario de la muerte del fundador de la Falange se celebra en el Valle de los Caídos, en cuya basílica se hallaban sus restos mortales, una vez trasladados desde El Escorial. Y allí estaban los «grandes» del régimen franquista, desde los miembros del Gobierno, como Alonso Vega, Sanz Orrio o Solís, hasta los «mandos» del aparato fascista, como Jesús López Cancio, jefe nacional de la Juventud, Jesús Aparicio Bernal, jefe nacional del SEU o Rodolfo Martín Villa, jefe del SEU de Madrid, todos ellos vestidos con el tétrico uniforme negro «de diario», al igual que Franco, como correspondía al boato y ceremonial de las grandes manifestaciones fascistas.
También estaba allí Román Alonso Urdiales -hasta unos meses antes jefe de Falange del Hogar Juvenil San Fernando, sito en la plaza de España- con camisa azul y corbata negra.
La noche anterior había acompañado a la corona que sería depositada esa misma mañana ante la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Y, aunque no tenía intención de asistir a los funerales, al final se decidió a comparecer a una cita a la que no había faltado en los últimos años. Cuando Franco entró en la basílica, bajo palio como de costumbre, Román estuvo a punto a espetarle la acusación de traidor al pasar por el pasillo humano, en una de cuyas primeras filas se encontraba. Pero se contuvo, «no por falta de agallas», como dice Daniel Sueíro en La verdadera historia del Valle de los Caídos. Las razones fueron otras. «Yo iba a gritar "Franco eres un traidor" cuando pasaba entre nosotros, pero me di cuenta de que los murmullos que se levantaban a su paso iban a apagar mi voz. Entonces, pensé que lo mejor era esperar el momento de la consagración para que se me oyera. Y así se lo dije a mi amigo José Luis, para que se marchara de allí, porque se iba a armar un follón muy grande ...»
Cuando, finalmente, lanzó su acusación al dictador, su voz resonó con energía en la cripta del Valle de Los Caidos. Gracias a la escenografía fascista, el momento que habia escogido no podia ser mejor para que sus palabras se escucharan con nitidez. Se habian quedado todas las luces y un potente foco iluminaba únicamente al sacerdote que oficiaba las honras fúnebres. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca. Y justo en el momento en que el sacerdote elevaba la hostia, Román gritó con fuerza: «iFranco, eres un traidor!»
La conmoción que se produjo fue impresionante. E inmediatamente los lacayos del dictador se lanzaron a la busca y captura del «subversivo». «Cuando vino la policia detuvieron a mi amigo José Luis ... No se fijaron en mí, no sé, creo que porque en aquellos años yo tenia una cara de inocente tremenda. Entonces, al ver que se llevaban a mi amigo fui yo quien me presenté a ellos y les dije que había sido yo, que no buscaran a nadie más y que José Luis no tenía nada que ver. Franco creia que se trataba de una conspiración y quería encontrar a todos los que supuestamente formábamos parte de ella. A mi amigo le encontraron una pistola encima y le tuvieron tres meses y pico en la cárcel de Carabanchel; luego le soltaron.»
Efectivamente, el dictador estaba convencido de que la actitud de Román era el resultado de una conspiración fallida y así se lo diría a su secretario y primo hermano, el teniente general Franco Salgado-Araujo, según refiere éste en Mis conversaciones privadas con Franco. El comentario del dictador fue el siguiente: «Al ir a alzar el sacerdote la Sagrada Forma un falangista llamado Román Atonso Urdiales dio un grito y oí la palabra Franco.
Yo creo que ese falangista iba confabulado con otros y al ver que no contestaban a la exclamación bajó el tono de voz y por eso no oi el resto. Lo que agrava el asunto es que dicho individuo es soldado y presta sus servicios como escribiente en el Gobierno Militar; sin duda, debe de tener alguien que le protege cuando falta a la oficina sin que le llamen la atención. Es de la carrera de Magisterío, hijo de un guardia civil que en nuestra guerra estuvo en zona roja y que, por no haber tenido ninguna responsabilidad en su actuación, continúa prestando servicio en el Benemérito Instituto. No se cree que haya influido para nada en la actitud de su hijo, sin duda influido por otros compañeros no contentos con la actuación del partido y su marcha política. El individuo debe tener cómplices, desde luego, pero éstos no se atrevieron a contestar su grito ...»
Cuando le llevaron en presencia del entonces director general de Seguridad, Arias
Salgado [sic], éste le preguntó por qué había dicho aquello. Y Román le replicó: «Porque yo no vivo del régimen, como usted.»
El interrogatorio del que años más tarde seria sucesor del dictador en la Jefatura del Gobierno se acabó ahí. Y, sin más demora, fue trasladado a la Dirección General de Seguridad. «En la DGS me dieron muchas palizas. Se ha dicho que no, pero es verdad. Recuerdo que más tarde, cuando fui conducido a la cárcel de Alcalá de Henares, pasé varias semanas con un dolor fortísimo en las mandíbulas. El dolor se debia a los tremendos puñetazos que recibi en la DGS. No me torturaron, pero si me golpearon muchas veces ...»
Cuando la detención de Román Alonso Urdiales fue conocida, la reacción generalizada en ignorar su misma militancia en Falange. A decir verdad, los jerarcas se querian «quitar el muerto de encima». Así, José Luis Alcocer recuerda en su Radiografía de un fraude que «daba grima ver lo que pasó después de la detención de Román. Los mandos nacionales se daban mutuamente la enhorabuena porque "el chico no era suyo".
Sólo Jesús López Cancio, a la sazón delegado nacional de la Juventud, estaba sombrio. Jesús Aparicio Bernal, entonces jefe nacional del SEU, se felicitaba y felicitaba a Rodolfo Martín Villa porque no había sido un estudiante.»
«La Falange me dio la espalda y cuando fui detenido los mandos negaron que yo fuera falangista ... El único que me fue a visitar a la prisión de Alcalá de Henares fue el padre Gamo. Él era en aquella época capellán del Frente de Juventudes. Y muchas veces ha dicho que se hizo revolucionario por mí...»
Por su condición de «quinto», Román fue procesado por la jurisdicción militar.
Concretamente por el Juzgado Militar especial Nacional de Actividades Extremistas, al frente del cual se encontraba como juez especial, el tristemente célebre coronel Eymar. Y un mes después, el 20 de diciembre, comparecía ante un Consejo de Guerra, defendido por el letrado Pedro Martín Fernández, comandante del Arma de Caballeria y Vieja Guardia de la Falange.
En el Consejo de Guerra, y ante una sala de los juzgados militares de la calle del Reloj completamente abarrotada, Román explicaría los motivos de su conducta.
Entonces Román tenía 22 años, una carrera de Magisterio recién terminada, ocho meses de «mili» y unas profundas convicciones falangistas. Había ingresado en las Falanges Juveniles en el año 1950, convirtiéndose en un joven idealista que no soportaba que el dictador no llevara a cabo lo que los jerarcas fascistas denominaban la «revolución pendiente». Los que le conocían en aquellos años dicen de él que era «un falangista puro». y desde esa actitud política increpó públicamente a Franco, a escasos metros de su persona y con «una voz perfectamente audible y potente» -según la sentencia que le condenó-, durante los funerales que por el fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, se celebraban en medio de un impresionante ritual fascista, en la basílica del Valle
de los Caídos.
Machacado literalmente por quienes regían los destinos de una organización fascista en cuyo ideario él creia honestamente, Román vive hoy dedicado exclusivamente al ejercicio de su profesión de maestro, intentando rehacer una vida que quedó truncada el 22 de noviembre de 1960, por unos hechos ignorados por la prensa de aquellos años, sometida a la implacable mordaza impuesta por el Ministerio de Información.
Era la segunda vez que el aniversario de la muerte del fundador de la Falange se celebra en el Valle de los Caídos, en cuya basílica se hallaban sus restos mortales, una vez trasladados desde El Escorial. Y allí estaban los «grandes» del régimen franquista, desde los miembros del Gobierno, como Alonso Vega, Sanz Orrio o Solís, hasta los «mandos» del aparato fascista, como Jesús López Cancio, jefe nacional de la Juventud, Jesús Aparicio Bernal, jefe nacional del SEU o Rodolfo Martín Villa, jefe del SEU de Madrid, todos ellos vestidos con el tétrico uniforme negro «de diario», al igual que Franco, como correspondía al boato y ceremonial de las grandes manifestaciones fascistas.
También estaba allí Román Alonso Urdiales -hasta unos meses antes jefe de Falange del Hogar Juvenil San Fernando, sito en la plaza de España- con camisa azul y corbata negra.
La noche anterior había acompañado a la corona que sería depositada esa misma mañana ante la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Y, aunque no tenía intención de asistir a los funerales, al final se decidió a comparecer a una cita a la que no había faltado en los últimos años. Cuando Franco entró en la basílica, bajo palio como de costumbre, Román estuvo a punto a espetarle la acusación de traidor al pasar por el pasillo humano, en una de cuyas primeras filas se encontraba. Pero se contuvo, «no por falta de agallas», como dice Daniel Sueíro en La verdadera historia del Valle de los Caídos. Las razones fueron otras. «Yo iba a gritar "Franco eres un traidor" cuando pasaba entre nosotros, pero me di cuenta de que los murmullos que se levantaban a su paso iban a apagar mi voz. Entonces, pensé que lo mejor era esperar el momento de la consagración para que se me oyera. Y así se lo dije a mi amigo José Luis, para que se marchara de allí, porque se iba a armar un follón muy grande ...»
Cuando, finalmente, lanzó su acusación al dictador, su voz resonó con energía en la cripta del Valle de Los Caidos. Gracias a la escenografía fascista, el momento que habia escogido no podia ser mejor para que sus palabras se escucharan con nitidez. Se habian quedado todas las luces y un potente foco iluminaba únicamente al sacerdote que oficiaba las honras fúnebres. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca. Y justo en el momento en que el sacerdote elevaba la hostia, Román gritó con fuerza: «iFranco, eres un traidor!»
La conmoción que se produjo fue impresionante. E inmediatamente los lacayos del dictador se lanzaron a la busca y captura del «subversivo». «Cuando vino la policia detuvieron a mi amigo José Luis ... No se fijaron en mí, no sé, creo que porque en aquellos años yo tenia una cara de inocente tremenda. Entonces, al ver que se llevaban a mi amigo fui yo quien me presenté a ellos y les dije que había sido yo, que no buscaran a nadie más y que José Luis no tenía nada que ver. Franco creia que se trataba de una conspiración y quería encontrar a todos los que supuestamente formábamos parte de ella. A mi amigo le encontraron una pistola encima y le tuvieron tres meses y pico en la cárcel de Carabanchel; luego le soltaron.»
Efectivamente, el dictador estaba convencido de que la actitud de Román era el resultado de una conspiración fallida y así se lo diría a su secretario y primo hermano, el teniente general Franco Salgado-Araujo, según refiere éste en Mis conversaciones privadas con Franco. El comentario del dictador fue el siguiente: «Al ir a alzar el sacerdote la Sagrada Forma un falangista llamado Román Atonso Urdiales dio un grito y oí la palabra Franco.
Yo creo que ese falangista iba confabulado con otros y al ver que no contestaban a la exclamación bajó el tono de voz y por eso no oi el resto. Lo que agrava el asunto es que dicho individuo es soldado y presta sus servicios como escribiente en el Gobierno Militar; sin duda, debe de tener alguien que le protege cuando falta a la oficina sin que le llamen la atención. Es de la carrera de Magisterío, hijo de un guardia civil que en nuestra guerra estuvo en zona roja y que, por no haber tenido ninguna responsabilidad en su actuación, continúa prestando servicio en el Benemérito Instituto. No se cree que haya influido para nada en la actitud de su hijo, sin duda influido por otros compañeros no contentos con la actuación del partido y su marcha política. El individuo debe tener cómplices, desde luego, pero éstos no se atrevieron a contestar su grito ...»
Cuando le llevaron en presencia del entonces director general de Seguridad, Arias
Salgado [sic], éste le preguntó por qué había dicho aquello. Y Román le replicó: «Porque yo no vivo del régimen, como usted.»
El interrogatorio del que años más tarde seria sucesor del dictador en la Jefatura del Gobierno se acabó ahí. Y, sin más demora, fue trasladado a la Dirección General de Seguridad. «En la DGS me dieron muchas palizas. Se ha dicho que no, pero es verdad. Recuerdo que más tarde, cuando fui conducido a la cárcel de Alcalá de Henares, pasé varias semanas con un dolor fortísimo en las mandíbulas. El dolor se debia a los tremendos puñetazos que recibi en la DGS. No me torturaron, pero si me golpearon muchas veces ...»
Cuando la detención de Román Alonso Urdiales fue conocida, la reacción generalizada en ignorar su misma militancia en Falange. A decir verdad, los jerarcas se querian «quitar el muerto de encima». Así, José Luis Alcocer recuerda en su Radiografía de un fraude que «daba grima ver lo que pasó después de la detención de Román. Los mandos nacionales se daban mutuamente la enhorabuena porque "el chico no era suyo".
Sólo Jesús López Cancio, a la sazón delegado nacional de la Juventud, estaba sombrio. Jesús Aparicio Bernal, entonces jefe nacional del SEU, se felicitaba y felicitaba a Rodolfo Martín Villa porque no había sido un estudiante.»
«La Falange me dio la espalda y cuando fui detenido los mandos negaron que yo fuera falangista ... El único que me fue a visitar a la prisión de Alcalá de Henares fue el padre Gamo. Él era en aquella época capellán del Frente de Juventudes. Y muchas veces ha dicho que se hizo revolucionario por mí...»
Por su condición de «quinto», Román fue procesado por la jurisdicción militar.
Concretamente por el Juzgado Militar especial Nacional de Actividades Extremistas, al frente del cual se encontraba como juez especial, el tristemente célebre coronel Eymar. Y un mes después, el 20 de diciembre, comparecía ante un Consejo de Guerra, defendido por el letrado Pedro Martín Fernández, comandante del Arma de Caballeria y Vieja Guardia de la Falange.
En el Consejo de Guerra, y ante una sala de los juzgados militares de la calle del Reloj completamente abarrotada, Román explicaría los motivos de su conducta.
«Fui al Valle de los Caidos porque para los falangistas todo lo de José Antonio es como un imán; hay que ir. Con mi grito quise protestar ante la Falange oficial, porque no cumple ... Están aburguesados y son pancistas. Y por eso se lo dije al Jefe Nacional. Le llamé traidor porque no cumple con lo que la Falange prometía. La Falange está traicionando su doctrina ...»
Para el abogado Martín Fernández, la actuación de Román Alonso Urdiales tenia que verse «desde el ángulo de la Falange». Su defendido no había insultado al Jefe del Estado, sino que elevó una protesta ante el Jefe Nacional de la Falange, en un acto de entraña falangista al que Franco acudió vistiendo el uniforme de la Falange. «Mi patrocinado -- tuteo de la Falange: "Franco, eres ..." Franco es trino de cargos: jefe del Estado, Generalísimo y Jefe Nacional de la Falange. Si los hechos se produjeron dentro de la órbita del partido. ¿Por qué va a ser el Ejército o los tribunales civiles quienes juzguen? No. Que sea la Falange quien sancione y castigue.»
En otro momento de su intervención, el abogado intentó llevar su defensa por otros derroteros, pero Román se lo impidió. «Mi defensor intentó hacer ver que yo no habia llamado traidor a Franco, que yo dirigía mis palabras contra aquellos que le rodeaban. Pero yo me levanté y dije que aquello no era así. Creo que el abogado hacía eso para que me rebajaran la pena, pero yo no estaba de acuerdo con esa defensa.»
Sin embargo, de nada sirvieron todas las alegaciones que la defensa presentó ante el Consejo de Guerra. Según cuentan quienes vivieron aquellos momentos, Franco no podia permitir que un insulto a su persona -y mucho menos en su persona- quedara impune. Y el Consejo de Guerra primero y el capitán general de Madrid después, el general Rodriga, dieron por buenas las conclusiones definitivas elevadas por el fiscal: 12 años de prisión mayor e ingreso en una unidad disciplinaria del Ejército, como autor de un delito de «injurias al Jefe del Estado y a un superior militar», con el agravante de haberlas proferido en «un lugar sagrado» y en su presencia.
De la DGS, Román fue trasladado a las cárceles de Carabanchel y Alcalá de Henares. Más tarde, a un batallón disciplinario, en el desierto del Sáhara: Smara, Hausa, Villa Cisneros, El Aaiún ...
«Alli pusieron junto a mí a dos agentes franquistas, miembros del Servicio de Información Militar, que se hicieron pasar por militantes comunistas. Eran dos tipos muy preparados y me engañaron. Quizás ahora me hubiera dado cuenta antes de quiénes eran en realidad.
Pero, en aquel momento, me creí que eran lo que decían e, incluso, me hice amigo de ellos. No obstante, un día me percaté de que no eran sino dos policías ... Algún día contaré cómo me di cuenta de ello. Luego, estuve dos veces en el pelotón de castigo; por dar la cara. Aquello fue realmente terrible. Porque si ya era duro el batallón disciplinario, aquello era mucho peor aún...»
A finales de 1965, Román Alonso Urdiales recobraba la libertad. Había cumplido cinco años de condena y, finalmente, había sido uno más de los beneficiados por el llamado «indulto del Papa».
Antes de ser detenido, habia aprobado las oposiciones para una plaza de maestro. Sin embargo, tuvieron que pasar doce años para que pudiera comenzar a ejercer su profesión ... «Cuando recobré la libertad estuve tres años y medio sin encontrar trabajo alguno. Sobre mi se cernió un boicot total. Y los amigos -esos amigos por los que yo hubiera dado la vida- me negaron su ayuda. Fui a visitar a muchos de ellos, algunos directores de grandes empresas. Pero ninguno me echó una mano. Supongo que fue por el miedo, por las presiones de la policía. Pero todos ellos me dieron la espalda.»
Al mismo tiempo, el estigma del condenado político rodeó todos sus movimientos, alargando en la vida cotidiana los horrores de su período de encarcelamiento. «Al volver a mi casa, se presentó la policía y advirtió al portero del edificio que yo había estado detenido y que acababa de salir de la prisión. Y el portero lo fue diciendo piso por piso, previniendo a los vecinos de mi presencia, sin explicar los motivos por los que había sido condenado, y creando una atmósfera hostil en torno a mí, como si yo fuera un delincuente ...»
Al final, se vino abajo. Las secuelas de los padecimientos soportados en el batallón disciplinario saharaui y el boicot que tuvo que padecer en su vida profesional le acarrearon serios perjuicios para su salud, que quedó seriamente quebrantada. Y el16 de enero de 1976 Román Alonso Urdiales fue internado en un psiquiátrico, en donde permaneció durante algún tiempo.
Ahora, a los 41 años, acaba de comenzar su labor docente en un colegio nacional de Madrid. Antes había ejercido su profesión en Colmenar de Oreja, un pueblecito cercano a Chinchón, en donde los alumnos y sus familiares le consideraban «un sabio y un santo».
Diecinueve años después de aquel 20 de noviembre a Román sólo le interesa su profesión y, en sus horas libres, hacer tallas de madera y poesías, lo mismo que antes de ser detenido. Pero no quiere saber nada de la política, «pasa de política», a pesar de los ofrecimientos que le hicieron diversos partidos políticos. Y mucho más de la Falange. «Yo ya no soy falangista. No reniego de ella, porque no se puede renegar de aquello que se ha amado y yo amé mucho a la Falange. Pero he superado sus teorías y, además, creo que no tiene nada que hacer hoy. Para mí, en aquellos años, la Falange eran unos cuantos que estaban viviendo a costa de ella y otros que daban todo por ella ... Ahora, yo creo en la igualdad total, en que se dé a cada uno según sus necesidades. Creo que es injusto que existan clases sociales, unas opresoras de las otras ... Pero no soy marxista ni pertenezco a ningún partido.»
J. GRANDE
(Inteviú, 20 de diciembre de 1979]
Publicado en Gallos de Marzo - Por cortesía de la Cofradía de la Cuchara de Hierro
En otro momento de su intervención, el abogado intentó llevar su defensa por otros derroteros, pero Román se lo impidió. «Mi defensor intentó hacer ver que yo no habia llamado traidor a Franco, que yo dirigía mis palabras contra aquellos que le rodeaban. Pero yo me levanté y dije que aquello no era así. Creo que el abogado hacía eso para que me rebajaran la pena, pero yo no estaba de acuerdo con esa defensa.»
Sin embargo, de nada sirvieron todas las alegaciones que la defensa presentó ante el Consejo de Guerra. Según cuentan quienes vivieron aquellos momentos, Franco no podia permitir que un insulto a su persona -y mucho menos en su persona- quedara impune. Y el Consejo de Guerra primero y el capitán general de Madrid después, el general Rodriga, dieron por buenas las conclusiones definitivas elevadas por el fiscal: 12 años de prisión mayor e ingreso en una unidad disciplinaria del Ejército, como autor de un delito de «injurias al Jefe del Estado y a un superior militar», con el agravante de haberlas proferido en «un lugar sagrado» y en su presencia.
De la DGS, Román fue trasladado a las cárceles de Carabanchel y Alcalá de Henares. Más tarde, a un batallón disciplinario, en el desierto del Sáhara: Smara, Hausa, Villa Cisneros, El Aaiún ...
«Alli pusieron junto a mí a dos agentes franquistas, miembros del Servicio de Información Militar, que se hicieron pasar por militantes comunistas. Eran dos tipos muy preparados y me engañaron. Quizás ahora me hubiera dado cuenta antes de quiénes eran en realidad.
Pero, en aquel momento, me creí que eran lo que decían e, incluso, me hice amigo de ellos. No obstante, un día me percaté de que no eran sino dos policías ... Algún día contaré cómo me di cuenta de ello. Luego, estuve dos veces en el pelotón de castigo; por dar la cara. Aquello fue realmente terrible. Porque si ya era duro el batallón disciplinario, aquello era mucho peor aún...»
A finales de 1965, Román Alonso Urdiales recobraba la libertad. Había cumplido cinco años de condena y, finalmente, había sido uno más de los beneficiados por el llamado «indulto del Papa».
Antes de ser detenido, habia aprobado las oposiciones para una plaza de maestro. Sin embargo, tuvieron que pasar doce años para que pudiera comenzar a ejercer su profesión ... «Cuando recobré la libertad estuve tres años y medio sin encontrar trabajo alguno. Sobre mi se cernió un boicot total. Y los amigos -esos amigos por los que yo hubiera dado la vida- me negaron su ayuda. Fui a visitar a muchos de ellos, algunos directores de grandes empresas. Pero ninguno me echó una mano. Supongo que fue por el miedo, por las presiones de la policía. Pero todos ellos me dieron la espalda.»
Al mismo tiempo, el estigma del condenado político rodeó todos sus movimientos, alargando en la vida cotidiana los horrores de su período de encarcelamiento. «Al volver a mi casa, se presentó la policía y advirtió al portero del edificio que yo había estado detenido y que acababa de salir de la prisión. Y el portero lo fue diciendo piso por piso, previniendo a los vecinos de mi presencia, sin explicar los motivos por los que había sido condenado, y creando una atmósfera hostil en torno a mí, como si yo fuera un delincuente ...»
Al final, se vino abajo. Las secuelas de los padecimientos soportados en el batallón disciplinario saharaui y el boicot que tuvo que padecer en su vida profesional le acarrearon serios perjuicios para su salud, que quedó seriamente quebrantada. Y el16 de enero de 1976 Román Alonso Urdiales fue internado en un psiquiátrico, en donde permaneció durante algún tiempo.
Ahora, a los 41 años, acaba de comenzar su labor docente en un colegio nacional de Madrid. Antes había ejercido su profesión en Colmenar de Oreja, un pueblecito cercano a Chinchón, en donde los alumnos y sus familiares le consideraban «un sabio y un santo».
Diecinueve años después de aquel 20 de noviembre a Román sólo le interesa su profesión y, en sus horas libres, hacer tallas de madera y poesías, lo mismo que antes de ser detenido. Pero no quiere saber nada de la política, «pasa de política», a pesar de los ofrecimientos que le hicieron diversos partidos políticos. Y mucho más de la Falange. «Yo ya no soy falangista. No reniego de ella, porque no se puede renegar de aquello que se ha amado y yo amé mucho a la Falange. Pero he superado sus teorías y, además, creo que no tiene nada que hacer hoy. Para mí, en aquellos años, la Falange eran unos cuantos que estaban viviendo a costa de ella y otros que daban todo por ella ... Ahora, yo creo en la igualdad total, en que se dé a cada uno según sus necesidades. Creo que es injusto que existan clases sociales, unas opresoras de las otras ... Pero no soy marxista ni pertenezco a ningún partido.»
J. GRANDE
(Inteviú, 20 de diciembre de 1979]
Publicado en Gallos de Marzo - Por cortesía de la Cofradía de la Cuchara de Hierro
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